La pantalla que te desconecta del alma

Mientras crees que ves el mundo, el mundo te reprograma.

¿Te reenviaron este correo? Suscríbete gratis aquí.

¿Cuántas veces al día desbloqueas tu celular sin darte cuenta? ¿Cuántas horas pasas mirando una pantalla mientras tu cuerpo está presente, pero tu alma no?

La mayoría de las personas cree que el problema de las pantallas es simplemente una cuestión de “tiempo de uso”. Pero no. El verdadero problema es mucho más profundo y mucho más serio. El problema real es cómo los dispositivos están manipulando tu voluntad, tus deseos y tus necesidades, con un único objetivo: mantenerte dormida dentro del loop.

Y lo más perverso es que tu dispositivo no solo registra lo que haces cuando lo usas. También escucha cuando crees que está apagado. Observa cuando no estás mirando. Vibra con tu vibración… ya sabes, te sigue mostrando cosas que sabe que buscas o necesitas. Hoy se sabe, y no por teorías, sino por informes oficiales como los filtrados por Snowden, que los dispositivos móviles pueden ser activados remotamente, incluso en modo avión. El micrófono y la cámara no se apagan por completo. Los modelos con baterías extraíbles desaparecieron por una razón: daban poder. Y el sistema no tolera ningún aparato que no pueda controlar.

Lo que tú llamas “tu teléfono” es, para ellos, una antena de vigilancia emocional constante. Mide tus pausas, tus clics, tus ojos, tus gestos. Y todo eso —tu mapa emocional digital— viaja a gigantescos centros de datos alrededor del mundo: Islandia, Canadá, Utah, China… donde millones de servidores replican tu vida con más precisión que uno mismo.

Dejemos las teorías conspirativas de lado, si quieres. Pero lo que no se puede negar es esto: esto no se trata solo de tecnología. Se trata de consciencia. De cómo fuiste entrando, por voluntad propia y sin darte cuenta, poco a poco a una cárcel donde nadie te encierra. Te autoconvences de que puedes salir cuando quieras, pero ya no puedes estar sin mirar, sin saber, sin reaccionar.

Verás, cada vez que ves un reel, cada vez que haces scroll, cada vez que te muestran “la vida ideal”, no estás simplemente entreteniéndote. Te están reprogramando. Te están educando. Te dicen qué cuerpo deberías tener, a qué lugar deberías viajar, qué estilo de vida deberías vivir. Te siembran la carencia. Y detrás de esa carencia, siguen vivas las heridas que nunca cerraron: la humillación, el abandono, el rechazo. Porque mientras esas heridas estén abiertas, eres manipulable.

Y como son muy pocas las personas que ya despertaron, como son pocas las que han sanado lo suficiente como para no ser manipuladas por esa narrativa, y quién controla la narrativa, controla las masas, la mayoría sigue viviendo en modo automático, sin darse cuenta de que está perpetuando su propia infelicidad existencial.

Y lo que es peor, no solo eso, si no que además, sin darte cuenta, sigues contribuyendo sacándote la selfie o editando el reel (para mostrarle al mundo que tu has podido) en el restaurante de moda, con la última bolsa de marca, o en ese destino paradisíaco que solo algunos logran llegar.

El sistema no necesita forzarte a nada. Solo necesita que te sientas mal contigo. Porque alguien que se siente mal, necesita comprar. Necesita distraerse. Necesita cambiar algo afuera. Y eso genera consumo. ¿Vas entendiendo?

La pantalla no solo te muestra cosas. Te borra. Porque te convence de que estás eligiendo qué ver, pero lo que ves ya fue diseñado para alguien como tú. No eres libre de mirar. Eres elegida por el algoritmo para seguir soñando un sueño que no elegiste. Y lo más siniestro es que tú misma alimentas esa maquinaria todos los días. Tú haces scroll. Tú eliges seguir. Tú desbloqueas. Y eso es lo que más le importa al sistema: que seas tú quien se encierre solita, solito, sin resistencia.

Mira a tu alrededor. Las parejas ya no se miran entre ellas, cada quien está absorto en su propio teléfono. En la calle, la gente cruza sin ver porque va mirando la pantalla. Incluso hay quienes andan en moto o en bicicleta revisando mensajes como si eso fuera normal. Y lo peor es que lo hemos normalizado. Lo aceptamos porque todos lo hacen. Pero eso no lo hace menos grave.

Dicen que el tiempo que pasamos frente a la pantalla es el problema. Pero el tiempo es solo un síntoma. Según el último informe de Common Sense Media (2023), un adolescente promedio pasa entre 7 y 11 horas al día frente a una pantalla. Y un adulto entre 6 y 9, según Statista (2024). Pero no es el número de horas lo que te está programando. Es lo que pasa con tu estado de consciencia durante esas horas.

Porque mientras crees que estás presente, en realidad estás ausente. Tu cuerpo está, sí. Pero tu mente fue secuestrada.

Todo lo que haces deja una huella. Tus búsquedas, tus pausas, tus reacciones, tus mensajes, tus audios, hasta tus emojis… son procesados por inteligencias artificiales cada vez más sofisticadas. Algunas como chat GTP, fueron entrenadas para servirte o hacerte sentir valorada. Otras, para predecirte. Y muchas más, para moldearte. Porque la meta ya no es venderte productos. La meta es que nunca despiertes.

Los nuevos “terroristas” no son quienes atacan gobiernos. Son quienes recuerdan. Los que abren los ojos, cuestionan y se desprograman. Porque una persona despierta es peligrosa: no cree, no repite, no obedece, no necesita pertenecer. No necesita comprar. Y eso desmorona todo.

Y acá viene lo más importante: lo que no se puede decir. Lo que jamás verás viralizado. Lo que no enseñan las escuelas ni las religiones ni los cursos de desarrollo personal.

Tú no eres el personaje que crees ser. Traducido al español, todo lo que crees o piensas que ere, no lo eres. Eres una versión de quién crees ser.

Tu nombre, tu género, tu nacionalidad, tu historia personal, tus creencias, tus miedos, tus logros… son una interfaz instalada. No naciste con eso. Lo fuiste descargando. Y si lo descubres —si de verdad lo descubres—, el sistema colapsa.

Porque entonces no pueden manipularte. No pueden definirte. No pueden venderte una identidad que ya no necesitas. No pueden distraerte con un sueño del que ya despertaste.

Y entonces, el control ya no sirve.

SECCIÓN COACHING

Ponte incómoda. Obsérvate. Responde sin justificarte:

  • ¿Cuántas veces desbloqueaste tu celular hoy solo para calmar ansiedad?

  • ¿Cuánto de lo que deseas fue sembrado por una pantalla?

  • ¿Puedes estar sola contigo sin recurrir a estímulos digitales?

  • ¿Quién está eligiendo: tú… o tu programación?

Haz una sola cosa hoy: apaga la pantalla antes de que te apague a ti.

PROGRAMA: TODO ESTÁ BIEN, PERO NADA LO ESTÁ

Si algo de lo que acabas de leer te resonó, es porque tocó una verdad que no estabas viendo (o no quieres ver).

Este blog no busca alarmarte. Busca concientizarte. Porque si hay algo que aprendí en este camino es que cuando todo parece estar bien afuera… pero por dentro algo no encaja, ese malestar no es debilidad: es tu alma gritando que recuerdes.

Y por eso creé el programa “Todo está bien, pero nada lo está”.
Un espacio donde dejar de fingir, soltar el personaje y despertar. No desde el miedo, sino desde el alma.

Si estás lista para volver a ti, te esperamos ahí.
Solo necesitas una cosa: honestidad.

Abierta la inscripción. Comienza el Sábado 4 de Octubre
Exclusivo para mujeres que realmente quieren despertar y no jugar a despertar.

Qué andan diciendo:

  • “Pensé que iba a leer un libro. Terminé viviendo una película donde yo era la protagonista… y no hubo vuelta atrás.”

  • “No es un programa para aprender. Es un espejo que te cachetea hasta que entiendes por qué tu vida no encajaba.”

  • “La experiencia más incómoda… y más liberadora que he tenido en mi vida.”

  • “Todo está bien, pero nada lo está no se lee. Se sobrevive. Y al sobrevivirlo… naces de nuevo.”

  • “Esto no es un curso… es un tsunami. Te revuelca, te rompe y del otro lado… despiertas.”

¡Nos vemos el Sábado que viene!