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Conciencia inconsciente: el día que Dios se olvidó de sí mismo y se llamó “yo”
El ego espiritual y la comedia divina del despertar

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Hablar de conciencia se volvió la nueva forma de hacer relaciones públicas con el universo. Ahora todo el mundo “está en proceso”, “integra”, “eleva” y “suelta”, pero pocos realmente se dan cuenta de lo que están diciendo. El ego espiritual es el mejor actor del despertar: sabe usar el tono correcto, cita a sus guías preferidos y se sabe todos los mantras, menos el más importante: “no te creas tu propio personaje”. Y es que hay algo tragicómico en todo esto: mientras más consciente crees ser, más inconsciente te vuelves de lo ridículo que suena tomarte tan en serio.
El ego espiritual no quiere iluminarse, quiere brillar. No busca silencio, busca seguidores. No quiere soltar el control, quiere controlar cómo se ve el “soltar”. Y lo hace con estilo: te da sermones sobre el amor incondicional mientras juzga a quienes aún no vibran tan alto como él. Habla de humildad pero no soporta que lo corrijan, y si algo no sale como esperaba, no dice “fallé”, dice “el universo no lo alineó”. El ego espiritual convierte cada cosa en contenido, cada emoción en “proceso” y cada lágrima en “expansión del alma”. Y mientras tanto, la conciencia verdadera observa desde el fondo, divertida, esperando que te canses del show y te rías un poco de todo eso.
La inconsciencia, en cambio, tiene una belleza que no necesita explicar nada. No promete equilibrio, no finge pureza, no necesita manuales para sentir. Simplemente vive. Se equivoca, ama, grita, ríe, come, llora. No le importa si está vibrando alto o bajo, porque no mide su evolución en decibeles energéticos. La inconsciencia es honesta, aunque a veces sea caótica. Y esa honestidad, aunque no venda talleres, tiene más luz que mil afirmaciones frente al espejo.
Quizás por eso la paradoja es tan perfecta: a veces hay que ser inconsciente para volverse consciente. Porque cuando una está muy atenta a “ser espiritual”, pierde lo más sagrado: la espontaneidad. Te conviertes en una versión editada de ti misma, una colección de frases inspiradoras que ni tú crees del todo. Y ahí es cuando la vida te da un cachetazo. Una discusión, una pérdida, un error, una caída que no cabe en tu libreto. No para castigarte, sino para recordarte que el alma no vino a parecer despierta, sino a sentirlo todo. A ensuciarse de experiencia y volver a brillar desde la tierra, no desde el pedestal.
Ser consciente no es hablar de energía, es sentirla. No es entenderlo todo, es poder mirarte en tus contradicciones sin querer corregirte. Es saber que a veces tu luz también miente y tu sombra también enseña. Es poder decir “no sé” sin sentir que perdiste poder. Es observar el teatro de tu ego espiritual con cariño, como quien ve a un niño disfrazado de superhéroe y sonríe porque entiende que el disfraz no era el problema, solo una etapa del juego.
Por eso el humor es una forma de sabiduría. Si puedes reírte de tu ego, ya estás despierta. Si puedes ver la trampa y no odiarte por haber caído, estás libre. Porque la risa desactiva la rigidez y devuelve la ligereza al alma. Reírte de tu propio ego no lo destruye, lo integra. Y cuando dejas de pelear con él, algo dentro se relaja. El personaje se desinfla y aparece la conciencia. El día que Dios se olvidó de sí mismo y se llamó “yo”, nació el milagro de la experiencia humana. Pero el día que el “yo” aprende a reírse de su propio ego, ese día la conciencia vuelve a casa.
Y de eso se trata “Todo está bien, pero nada lo está”, un viaje de seis semanas que empieza el 10 de enero, creado para desmontar al personaje espiritual, recuperar la autenticidad y recordar que el despertar también puede ser divertido. No necesitas más rituales, necesitas menos actuación. No necesitas más luz, necesitas menos pose. Porque cuando lo falso se cae, lo real brilla solo. Y ese brillo no necesita aplausos: solo presencia.
Quizás el mayor acto de conciencia no sea sanar, manifestar o trascender, sino permitirte vivir con la humildad de quien sabe que sigue aprendiendo. Caerte con gracia, equivocarte con humor, amar sin garantías y perdonarte cada vez que te olvidas. Tal vez no se trata de elevarte más, sino de aterrizar del todo. Tal vez el verdadero despertar no ocurre en los templos ni en los retiros, sino en el momento exacto en que dejas de pretender que ya despertaste.
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Reflexión Portal Consciente
La conciencia no es un destino, es una danza entre lucidez y olvido. Ninguna parte de ti está equivocada: ni la que medita, ni la que se queja, ni la que jura que ya soltó mientras revisa el celular. Todo forma parte del mismo pulso divino que aprende a verse en movimiento. No viniste a convertirte en luz, viniste a recordar que incluso tu sombra está viva. Y cuando dejas de necesitar parecer despierta para sentirte en paz, la conciencia descansa en ti como quien vuelve a casa después de haberse buscado en todas partes.
Coaching para el alma
¿En qué momentos de tu vida sientes que el ego espiritual toma el control y empieza a actuar por ti?
¿Qué parte de ti sigues intentando corregir, perfeccionar o esconder para sentirte “más consciente”?
¿Cómo cambiaría tu vida si pudieras reírte amorosamente de tus contradicciones sin juzgarte?
Desafío vivencial
Elige un momento del día para dejar de ser espiritual y empezar a ser real. Apaga la mente que quiere entender y permite que el cuerpo sienta sin guion. Come, baila, grita, ríe o llora sin hacerlo “para sanar”, solo para vivir. Al final, escribe una frase que resuma lo que descubriste al soltar la pose. No busques iluminación: busca honestidad. Porque cuando dejas de fingir, lo divino aparece sin esfuerzo.
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